sábado, 5 de septiembre de 2020

Reseña de 'El corazón del Ángel. Vida, obra y confesiones de Ángel Subiela'


Que la lectura de la biografía del afamado director de comparsas no es algo sencillo se constata desde las primeras páginas, con esas pequeñas secuencias sobre el comparsista que irán en aumento a lo largo del libro que es interesante no solo por el consabido chusmerío que iba a provocar (y que no sabemos si tendrá respuesta prontamente) sino porque las capas de lectura, los distintos focos, hacen que el lector vaya tejiéndose un paradigma de lo que el Carnaval fue y lo que es, con todos los cambios que el paso de los años pero también del sufrimiento que conlleva el alto nivel, que no es muy distinto al de cualquier empresa, porque este libro es la constatación de un capitalismo feroz que ha llegado hasta lo popular, por lo que un director de comparsas debe convertirse en un CEO, en un ser todopoderoso que tiene que negociar con su consejo de administración

Te lo crees o no te lo crees: los focos

La voz de Ángel Subiela, en lo que respecta a su vida personal, es, naturalmente, la única creíble, faltaría más que entráramos ahora a valorar cuestiones de tan delicada tela, pero en los carnavalesco... la cosa es distinta. Abrirse en canal no debe ser sencillo y más cuando eres uno de los objetivos que más carnaza entrega, consciente o inconscientemente, a esos entes de las redes sociales, pero contar cuestiones tan personales como la deliciosa historia de amor con su segunda pareja, o la separación de su primera mujer, o la relación con sus hijas... ¡Ay, Subiela es padre y a veces se nos olvida! El ángel se encarna y pierde las alas, por más que las tenga negras en la portada del libro. Pero son importantes, por todo lo que vivido en el piso del primer matrimonio con Juana Velasco, las visiones de esta y de sus dos hijas, que aclaran bastante la figura de un ser obsesionado con el carnaval, que pegaba una a una los cristales de tal o cual comparsa. Este primer foco desnuda a Subiela, lo humaniza, lo acerca a un lector que, por qué no, puede ser un descreído o un subielista. 

Lo segundo realmente interesante en estas capas que García Argüez tan maravillosamente superpone es la opinión de otros testigos de las situaciones: ¿cómo se fraguó esta comparsa? ¿cuál era la relación entre tal autor y tal componente? ¿qué importancia tenía el director, el administrador, el de la punta y el de la guitarra? Subiela vuelve a encarnarse para explicarnos que, en realidad, la comparsa de Martínez Ares era una familia, la de Juan Carlos Aragón también, la de Tino más o menos, pero después... ya no hubo más. Y es interesante como esos comportamientos obsesivos, esas reuniones playeras, en peñas, en el salón de la casa de tal o de cual, es compartida por otras voces que aparecen en la biografía para constatar o negar algunas de los hechos que nos cuenta Ángel Subiela, en lo que es una entrevista que ya quisiera haber hecho la CNN. 
Las visiones de José Luis Naranjo, José Fernández, Carli Brihuega, Edu Brihuega, Pedro Espinosa, entre otros, son voces más que autorizadas para dar su visión porque, por momentos, han vivido lo mismo que Ángel Subiela, en ocasiones de manera más cercana, de pura y verdadera amistad, mientras el director veía las cosas desde otra óptica. Es decir, la importancia del foco en los aspectos carnavalescos, en esas triquiñuelas y chismes que tanto interesan al lector, toman una especial relevancia por la cantidad de testigos, muchos de ellos no le deben nada a nadie y llevan retirados desde el año 2000. Qué interés entonces en aparecer ahora: la amistad, pero también el resarcimiento. Es el ángel como ave fénix, pero también como gestor (bueno y malo) de un montón de cuestiones que ocurren en las comparsas de gran nivel. Por supuesto, el libro dedica muchísimas páginas a Martínez Ares (y ese final como de película, pero también como de matrimonio), algo menos a Juan Carlos Aragón (con jugosas declaraciones, algunas quizás un poco fuera de lugar por parte de alguno de los entrevistados pero, no nos vamos a engañar, conocidas por todos), el espacio suficiente a Tino Tovar y una relación de amistad que transgrede el Carnaval (con el cambio correspondiente en la personalidad de Ángel, mientras el grupo exige otros ritmos de trabajo distintos a los que propone el autor), los Carapapas (la constatación de que ya no es el mismo), Antonio Martín (con la lucha de egos correspondientes y una anécdota maravillosa que cuenta el sobrino Sergio y que ayuda mucho a la comprensión de un montón de cuestiones relacionadas con el autor de las coplas de oro) y, finalmente, ese océano de paz que son estas últimas comparsas (con la salvedad de Los Luceros en los que vuelve el Subiela del pasado).

El tercer foco es del propio narrador que, nosotros, como lectores, debemos olvidar que es García Argüez, tenemos que hacerlo porque se moja y se moja mucho en unas conclusiones capitulares que pueden levantar más de alguna ampolla pero, como hemos advertido, el libro es una biografía y, como tal, las agrupaciones merecen un estricto análisis más allá de lo que nos cuente el protagonista y el resto de entrevistados. Es ahí donde el autor, en un trasunto de crítico carnavalero de nivel literario y musical, analiza las agrupaciones correspondientes pero, cuidado, nos parece que la subjetividad también está muy presente y de maneras distintas: el gusto particular, naturalmente, las sensaciones que le dejan el capítulo sobre la confección y, nos parece, su relación con el autor que comenta. Nos parece un ejercicio interesante para el lector leer entrelíneas, desentrañar lo que se dice de las agrupaciones en las que aparece Subiela pero también con las que, en ocasiones, se las compara, ampliando el paradigma carnavalesco a más allá de lo que nos atiene. 

Lo que no vemos, lo que disfruta y lo que nos encanta saber

El corazón del Ángel está lleno de curiosidad, de momentos que sorprenderán al carnavalero más avieso, porque el director nos cuenta cómo se confeccionaban trajes (a mano al principio, por empresas ya entrados en el 2000), de dónde sacaba las ideas (las piernas de los árboles de Las estaciones, por ejemplo o el cantar en alto en estos últimos años), qué ocurría en los ensayos, cómo se fraguaban las alianzas entre director y autores, qué ocurría en los ensayos, qué puñaladas le dio el Carnaval (no solo la que todos conocemos, es brutal lo que cuenta de los Carapapas y de ese grupo, también de la ruptura de su amista con Rafael, el mexicano), aquella primera ruptura de El brujo, aquella segunda de La Milagrosa, aquella decisión de empezar de cero, aquella de volver a hacerlo cuando creía que nunca más saldría... En definitiva, Subiela se pone las alas en estos momentos para hablarnos desde arriba, desde el lugar donde los recuerdos están alojados para decirnos cómo cantaban la presentación de Los ángeles caídos por gusto, para reconocernos sus problemas laborales cuando cerraron la General Motors y las movidas en los grupos sindicales (esto es muy interesante, la verdad), su nueva vida, su piso de soltero, su segunda nueva vida, secretos en las letras que acaban desvelados, secretos de cómo se fraguaron algunas de ellas... ¡Sin duda, una mente privilegiada en lo que a la memoria se refiere! Y sí, aquí Subiela nos habla en muchas ocasiones con las alas que se ha ganado con tanto tiempo de dedicación al Carnaval, con su primera vez cantando en la calle ya entrado el 2000, los problemas de dinero en el grupo, los viajes, la familia y las llamadas por teléfono del Carli que parecen premonitorias para un nuevo cambio grupal. 

Cómo hemos cambiado

Pero, sin embargo, nos parece fundamental en el libro el proceso de cambio que el Carnaval arrastra y que, como decíamos en la introducción a esta reseña, es el capitalismo. Porque Ángel reconoce que el dinero ha matado a alguno de sus grupos, ha roto autorías, ha cambiado el COAC hasta el punto de que él le parece insostenible, pero parece no darse cuenta, aunque el autor nos lo hace ver, que él es parte fundamental de ese cambio, es partícipe de ese capitalismo que ha ido abrazando el Carnaval y que en libro tan bien se refleja: de hacer los trajes en su casa, con asesoramiento, naturalmente, a que los haga Chari Brihuega (que tiene su homenaje merecido en el libro) a hablar con empresas de artesanos. Sin embargo, él reconoce que bastante tiene con lidiar con autor y grupo y que del dinero nunca se ha encargado aunque una vez lo acusaron de habérselo llevado. Fíjense cómo el recorrido carnavalesco que el libro nos propone nos hace ver la evolución de la figura de Subiela como si fuese el director de una empresa, pero no desde el punto de vista del peseterismo, no lo tomemos así, sino porque los tiempos han cambiado y él empezó en los ochenta cantando gratis en las peñas, pero con Los piratas ya ganaba una pasta. La ferocidad de estos nuevos tiempos hace, consideramos, que Subiela se vea desprotegido en bastantes situaciones y que incluso sufra una pérdida de autoridad que lo mermará para siempre: es el lobo que se lo quiere comer todo el que lo ataca al cuello porque ya no es tan necesario como lo hicieron ver. De nuevo, el capitalismo empuja aunque más puede Subiela montando una comparsa nueva que iba a comenzar en Barbate pero que termina con una curiosa mezcolanza autonómica. 
Así, uno de los puntos más interesantes es cómo el director en sus declaraciones y el narrador en sus observaciones nos tejen una red del tiempo que pondrá en alerta al carnavalero más avispado: dónde vamos, qué nos queda. Cuidado, porque es el mensaje del ecologismo carnavalesco. 

Pero, entonces, qué voy a leer

Un artefacto literario compuesto de un montón de cosas: un principio y un final novelado, una entrevista, unas contestaciones que el entrevistado no conoce, una nostalgia, una crítica carnavalesca, una vanagloria de ciertos autores, la explicación de algunas cuestiones que se nos han podido escapar... En definitiva, leerás literatura de la buena aplicada al Carnaval, es decir, a una pasión porque el libro, siempre lo he pensado, debería llevar la palabra PASIONES después de confesiones. 

No hay comentarios: