El pasado domingo se
cumplió el primer año del fatídico día en que Juan Carlos Aragón
Becerra, el Capitán Veneno, abandonara este mundo para hacerse
inmortal. 365 días que nos han hecho reflexionar sobre la vida,
sobre su obra y sobre el Concurso. Doce meses sin un autor que ha
dejado huérfanos a una gran parte de esas personas que cada enero
(que ya no es febrero) cruzaban las puertas del Falla, ponían la
radio, la tele o el ordenador esperando que subieran cortinas y
tronara su primer zarpazo chirigotero o comparsista.
Hace un año era día
dos, o tres, de un nuevo tiempo: el tiempo sin Juan Carlos. Las redes
carnavalitas rebosaban de lamento y en los pequeños grupos se
escuchaba lo mismo una y otra vez: en Febrero nos daremos cuenta del
vacío que deja Aragón en el COAC. Las coplas se compartían, como
si fuéramos a descubrirle algo al mundo. Había que gritar las
coplas, las suyas más que las de nadie. No había lugar para
escuchar los repertorios de 2019 y, si me apuran, ni el de La
Gaditaníssima.
El primer mes nos acercó
al verano, donde los homenajes y las maldiciones a Bob Dylan y su
gira se entremezclaban con la sonrisa que nos dejó aquella
ocurrencia para la recogida del premio de Baluarte del Carnaval,
donde la presencia de su inseparable Javier Bohórquez ya hizo torcer
el gesto a toda la familia carnavalera. Un verano que en su primer
mes vio nacer el 17 de junio a La Eterna Banda del Capitán Veneno y
que al compás de sus mejores coplas nos hizo buscar la sombra para
evitar el calor y la nostalgia. Nos hizo madurar la idea de que no
habría más letras nuevas de un autor que se pasó sus últimos años
preguntándole al pueblo qué más tenían que cantar para que
dejaran de estar apoltronados, pasivos, arrebañados.
Aragón ya no iría más
a su camello, al que le daba el material que hacía que su mensaje se
entendiera mejor aunque la música “se te repite, se te repite, se
te repite”. La música. Esa música de 2015. La que apareció con
su nuevo grupo y en cada nuevo repertorio encontraba la manera de, en
algún momento, hacernos levantarnos y apretar el puño rumbo al
cielo. Todo el mundo canta el Credo pero es en la presentación de
Los Peregrinos cuando uno se pone pitoso. Ustedes saben dónde. Ahí.
Llegaron las entrevistas
y nos dimos cuenta de cómo todos los Coac-navaleros quisieron
agarrarlo en sus últimos instantes para que no se fuera: del regreso
con Subiela en una comparsa ya imposible a la amistad con Martínez
Ares. De cada componente mudo, de cada amigo con la mirada perdida.
De cientos de lágrimas que se escapaban por la comisura de los ojos.
Suyas y nuestras. Un Peasso Coro. El Chele Vara. Todo lo que pasara
entre la primera letra del primer repertorio y la última letra del
popurrí de su comparsa en la Final del COAC 2019. 25 años y un
“empezó en coros” que era lo mismo que decir que Tino Tovar
salía en Caimán o que Selu formó parte de 15 piedras.
Se enterró la caballa
con su Chele Vara cantando en la playa y se abrieron las puertas de
locales, colegios y demás rincones donde los ensayos miraban atrás.
Afrontar el luto pero desde dónde. El aficionado también se lo
preguntaba y esperaba un chaparrón que finalmente no trajo granizo.
Pero hasta que llegó el 20 de enero tuvimos el paraguas en la mano
con el miedo. Miedo a mil cosas: a no saber superarlo, a no soportar
el llanto del compañero, a no comprender copias baratas.
Se levantaron cortinas.
Se escuchó cien veces cien Capitán (y algunos nabos como la torre
de preferencia). El bello de punta con esa presentación, que
masticamos fase a fase pero que a día de hoy no sé quién ha sido
capaz de digerir. Y se pasaron las semanas como un barullo
incomprensible, como si no pasara nada. Nunca olvidaré cuando unos y
otros autores en años anteriores, ante la ausencia de sus compañeros
por descansos o enfados esgrimían lo de “aquí se fue Paco Alba y
no pasó nada”. Claro que pasó. Claro que pasa: el 20 de febrero
de 2020 la primera agrupación que cantó en la Gran Final del COAC
fue la comparsa de Juan Carlos Aragón. Ahí llegaron los granizos y
los cuerpos amoratados por la realidad.
Un año sin Juan Carlos
Aragón ha sido esto. Esto y más. Madurez a base de bofetones.
Salud, Juancarlismo y Libertad.
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