martes, 17 de septiembre de 2019

Y pa' la Viña nos vamos



Cuando supimos que Manolito Santader, como era conocido cariñosamente por todos los aficionados al Carnaval gaditano, estaba enfermo, un poco antes de cantar el pasodoble que escribió para la final, nunca nos podríamos esperar que otro bofetón de realidad nos golpeara en la nariz: son personas, nuestros ídolos son solo personas.
La concepción del Carnaval ha cambiado bastante desde que servidor empezó a escucharlo, de manera más o menos consciente, hasta la actualidad, pero es verdad que figuras como la del autor gaditano se mantenían en un pedestal de respeto, no solo por los años sino porque, respeten la vileza "salía por televisión". Que parece que no, pero infunde a una persona de un aura de irrealidad, de respeto, de reconocimiento, que el espectador hace propio. Eso era para mí el primer Manolito Santander del que tengo memoria, porque esa calva, esa voz rasgada y ese aliento único que infundía a su grupo a mí me parecía marcial (¡Vamos allá, cojones!) pero le distinguía de otros de su generación y también más jóvenes.
Me aprendí de principio a fin el repertorio del Athlético Agujeta porque me gustaba el soniquete de las músicas, el grupo me caía simpático y, para colmo, aquel señor del centro que yo había visto en la televisión tantas veces iba vestido de portero que es de lo que he jugado siempre. Hubo ahí una conexión, un reconocimiento, que me hizo cogerle el aprecio que me hizo seguirlo año tras año, incluso en ese parón, cuando se mosqueó con un concurso que le había envenenado por completo, me ponía sus coplas y lo nombrábamos entre amigos: ¿Por qué no vuelve Manolito?
Siempre he reconocido que las letras que tienen carga crítica y política, local, autonómica o nacional, son las que más me llegan porque suelen representarme como ente social, como parte de este engranaje de basura que necesita gritar a los que sean las cuatro perlas que se merecen. Manolito Santander nunca había dejado de hacerlo, siempre tenía en su batería de letras unas pocas de armas de destrucción para el poder establecido, para los sinvergüenzas, para los cabrones, para los hijos de puta. Peleó muchísimo, hasta el final, por un futuro mejor para Cádiz, por una España más libre, todo desde su barrio, desde su chirigota, y hay que valorar que desde abajo se trabaje de esa manera porque a veces te juegas el cuello en tu empleo por más que lo que digas sea desde una agrupación.
También me encantaban sus piropos de barrio, casa encalá, Caleta, aquí me tienes de nuevo, aquí estoy otra vez, que de nuevo me parecía sacado de una instrucción militar como diciendo, eh, que ha vuelto el chirigotero, atento a lo que te canto. Por supuesto, sus pasodobles al tres por cuatro, con letras a su hija, a sus amores, a su barrio, a la gente de allí, a la gente que se marcha fuera... Al final, a los problemas sentimentales y laborales, que es el principio y el fin del ser humano. 
Todo eso era para mí Manolito Santander, pero también el que escribió el himno oficioso del equipo de su vida, el que le daba palos de risa y le inyectaba ganas en sus pasodobles, en el estadio. 

Se ha marchado un embajador maravilloso de Cádiz y de la Viña, de la Caleta y del Balneario, de la suegra, de la parienta y de todo lo que representa ese gaditanismo que era, en definitiva, Manolito Santander. Nos ha dejado otro estilo de hacer las cosas, un soniquete, una forma de vivir el Concurso, y nos vuelve a dejar rotos de dolor, sabiendo que no volveremos a verlo pero que tendremos, para siempre, grabadas sus coplas, sus cuartetas, sus estribillos, en la memoria y en las redes. Además de en el corazón de todas las personas que en algún momento lo admiramos.

Les vamos a dejar, en esta amarga vuelta de nuestras vacaciones, con un recopilatorio de pasodobles del autor gaditano que nos ha hecho emocionarnos en estos días varias veces. No duden en ponerlo todo lo alto que crean conveniente para que llegue muy lejos:


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