jueves, 12 de septiembre de 2024

Un zapatazo viñero

¿A quién, sordo o idiota, puede no gustarle un pasodoble del Noly, de Manolito Santander, de Mario Rodríguez Parra o del Lacio? Estoy muy de acuerdo con este último en que, posiblemente, si su barrio de Nacimiento hubiera sido otro, otro también habría sido su estilo. Y es que, claro, cuando Gago hace, en una entrevista en Onda Cádiz referencia a lo caletero, a lo viñero, diciendo que él no es ni va apenas a aquella playa, a mí me hace pensar en una especie de nueva invasión viñera que ha creado, en redes sociales, facciones bastante furibundas y esto, no podía ser de otra manera, ha llegado al Falla en forma de zapatazo.
No sé si recordarán ustedes el pasodoble de Tino Tovar en el que hablaba de la Avenida de Cádiz, pidiendo al antiguo alcalde que no la dejara abandonada, centrándose en el casco histórico. Pues es desde esta letra, reciente y la primera, casi, que me hizo despertar esta reflexión, ¿solo está mal la Viña? ¿Qué pasa con el resto de barrios de la capital? Estuve hace bien poco y, bueno, qué les voy a contar que no hayan visto ya. 

Pero vayamos al foco carnavalero: ¿de verdad, aficionados de antigüedad, cuidadores de lo gaditano, exportadores gratuitos de la cultura, tenemos que soportar que alguna agrupación se haya convertido en adalid de la esencia carnavalesca, basando su repertorio en comentarios a autores sevillanos y golpes de pecho? Considero que el chauvinismo, siempre que no te quedes en tu mundo pequeño, es algo interesante en cuanto al mantenimiento de las raíces y las tradiciones propias del lugar, pero no puede servir como excusa para declaraciones en prensa, radio y televisión cercanas a la xenofobia, como si no hubiera más allá.

Las chirigotas viñeras de los 80 y los 90 ya gustaban de este tipo de medallas de inventores del pasodoble, pero no disparaban contra los suyos ni cantaban cabreados, sin pensar que no serían nadie si no se hubieran puesto a la sombra de ciertos apellidos. Y, eh, me he reído con chirigotas viñeras, pero es que algunas ya ni tienen gracia, pero dicen que es el estilo, que no es mentira, aunque tampoco es verdad porque, para colmo, les falta la retranca y la crítica de sus predecesoras. 

Es que hasta el comportamiento en las tablas ha cambiado porque del baile de cadera hemos pasado a tirarse al suelo, enfrentarse cantando con el ceño fruncido y darse golpes de pecho al modo de serie turca, pero se han abandonado las letras valientes de las chirigotas viñeras de décadas anteriores y ya solo hay autoreferencia y, me huele, un poco de envidia a que el público siga más a otras agrupaciones. Qué entiendo, y valoro, que el carnaval está comenzando lo que parece un cambio de ciclo, pero que nadie se deje llevar por el odio porque siempre hubo agrupaciones de otros barrios, de otros lugares, ganaron, perdieron y hubo hueco para todos. No queramos ser más papistas que el papa, que una de las cosas buenas de este carnaval globalizado es que llegan cosas buenas hasta de Santoña.

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