No tenía muy claro si dedicar un post a la experiencia personal que supuso haber estado por las calles de Cádiz el fin de semana del 11 y 12 de junio, durmiendo en coche porque nos fuimos de un día para otro sin nada averiguado, y exprimiendo al máximo los concursos y actuaciones callejeras de las agrupaciones más concurseras. La verdad es que creo que este análisis lo voy a dirigir por otro camino.
El ambiente del sábado por la noche, cuando conseguimos aparcar de mala manera en el Campo del Sur, era espectacular. Un levante doloroso, punzante, que molestaba a calvos y peludos por igual, nos recibió, abrazándonos mientras pasábamos el árbol del Mora en dirección a la escalera de Correos, donde habíamos quedado con otros amigos que ya estaban allí desde el viernes. La verdad es que me sorprendió que pudiera colocarme sin problema para escuchar la primera agrupación, la chirigota del Molina, haciendo tiempo para escuchar Los renacidos, que iban al mismo sitio, pero que finalmente actuaron casi hora y media después. No nos importaba. El buen rollo con la gente de Mérida, Sevilla, Cádiz... paisanos cordobeses era maravilloso. Entre risas y comentarios, anotaba mentalmente todo lo que iba a decir en este post sobre las sensaciones tan deliciosas que estaban llegándome. Que no pare la cerveza, el carnaval, la vida.
Decidimos ir a la plaza de Santa María, tras en San Antonio pedirle una chapa al autor de Después de Cádiz ni hablar, porque estaba un amigo nuestro, componente del coro de Rivero, Químbara, que nos recibió con todo el cariño mutuo que nos tenemos. Los escuchamos cantar, flipamos con la potencia de ese grupo, los bailes, la simpatía, y, tras finalizar las actuaciones de ese tablao, quedamos en vernos al día siguiente en Candelaria, sin ser conscientes de que esa noche, en esa plaza, íbamos a echar una peoná.
Tras callejear buscando a las agrupaciones que queríamos ver inevitablemente, alguien nos dice que todo aquello va a terminar y que la fiesta se bifurca: Candelaria y la Viña. Nosotros optamos por la primera. Conocemos el sitio donde podemos adquirir fácilmente una serie de bebidas espirituosas para disfrutar de un buen rato de charla y fotos. Así, saludé a García Argüez, con el que estuve hablando bastante rato de Literatura, del mito del fénix y las cenizas (deformación profesional) y felicité a algunos componentes por sus maravillosas actuaciones. Ya saben que a mí me suele gustar todo. Fotitos por aquí, cervecita por aquí, y de pronto, frente a nuestro grupo cada vez menos numero, coge la guitarra Kevin o Nene Cheza, no recuerdo, y cantan con él Javi Pájaro, Cateto, Chema... Entre otros verdaderos cracks, en una hermandad grupal que me emocionó. Allí desgranaron a Paco Alba, se golpearon el pecho de martinismo y nos recordaron a Quiñones de los 90. Imagínense mi cara cuando, ante mí, veo aquel espectáculo. Estaban a gusto, era el carnaval que ellos querían hacer.
Y este el camino que quería tratar brevemente en este post que se me ha vuelto a ir por otros derroteros, es lo que tiene la escritura en vivo y en directo, ¿tanto se extrañan los aficionados de que pidan un carnaval cada vez menos minoritario? Creo que en Candelaria éramos prácticamente los únicos de fuera, más o menos. Era sábado y la gente allí congregada parecía agradecer ese momento de intimidad, de recogimiento, que les permitía cantar con total libertad lo que buena les apetecía. Sin duda, creo que eso es lo que pedían, más que eso de que la gente no fuera. Querían esos momentos de magia que solo dan el alcohol y el buen rollo, la memoria del carnaval y la hermandad grupal. Fuera de esas masificaciones de irrespectuosos, que no solo no se callan, sino que interrumpen, intervienen, molestan y ofenden a unas personas que se han criado en eso, que han mamado ese carnaval.
De Candelaria nos fuimos a las 8 de la mañana en dirección al coche para dar una cabezada. Ya apenas quedábamos nosotros, extasiados de arte y cultura, enloquecidos de aquella sencillez coplera, de aquel buen rollo, unos chavales que cantaban al fondo de la plaza más bien que todas las cosas (y casi nos quedamos a escucharlos, pero necesitábamos dar una cabezada) y el postulante de Los originales. No me pregunten por qué, pero solo les diré que me despidió con un abrazo que casi parecía familia.
Después de mover el coche a lo que parecía un aparcamiento (que al final no lo era, lo que conllevó su multa correspondiente), conseguimos dormir algunas horas hasta que nos despertó el calor y las ganas de más. Dispuestos a volver a Candelaria para disfrutar de las actuaciones del tablao, encontramos por el camino a la comparsa We can do... Carnaval. Enloquecido, levanté el puño y grité "¡Vamos!" al terminar uno de sus pasodobles. Las mujeres me miraron con el puño levantado. La noche de antes me había hecho una foto con una de ellas y me había regalado una chapa. Simpática y agradable, se me olvidó preguntarle dónde cantarían al día siguiente, pero la casualidad jugó su papel.
Sobre el tablao de Candelaria desfilaron infinidad de agrupaciones, volvimos a ver a nuestro amigo del coro de Rivero, comimos tortillitas de camarones que daba la propia peña y nos iba venciendo el cansancio. Pero no nos podíamos ir hasta ver a Los sumisos en el oratorio de San Felipe y allí que nos fuimos justo cuando creíamos que nos iba a derrotar la falta de sueño. Por cierto, escuchamos algunos pasodobles inéditos estupendos, conseguimos más chapas y comimos y bebimos con gusto. Estupendo. Tampoco había demasiada gente y se podía ir a pedir sin demasiados problemas en las tiendas de alrededor.
Al llegar al oratorio, comenzaba a cantar el coro Tierra y libertad que, realmente, de tan cerca que estábamos, prácticamente parecíamos parte de ellos, también porque ya veníamos directamente de una guerra de coplas que nos había ido quitando energía, aunque nos podía la emoción. Es flipante ver un coro tan cerca, tan bueno, con ese final de popurrí que coreó toda la plaza. La comparsa de Martínez Ares no cantó en la esquina de las escaleras y, aunque teníamos una posición muy privilegiada, tuvimos que movernos hasta lo más cerca de la puerta, pero en la calle lateral, para estar en el meollo. Poco a poco fueron llegando los componentes, con la carga esperable de un público cansado por la espera, y con el final de popurrí nos marchamos hasta nuestra ciudad califal, sabiendo que habíamos asistido a un carnaval único.
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